El enamoramiento pasa, pero entonces no es que se acabe el amor, es que ahí verdaderamente empieza.
Creo que estamos de acuerdo cuando afirmo que creemos en el amor. Independientemente de lo que haya sido la experiencia de cada uno, de la manera como lo haya buscado, construido o experimentado es imposible no creer en él. Negarlo, desconocerlo, es quitar sazón a la vida, hacer de esta existencia una desesperada e inútil presencia sobre la tierra. No concebimos que pueda el hombre vivir sin y para amar.
Los continuos arañazos e intentonas que permanentemente realizamos tienen todas las mismas intenciones: sentir que somos amados, pero amados por nosotros mismos, por lo que somos, por lo que significamos como persona única e irrepetible. Aquí no cuenta lo que se hace, la profesión que se posee, el talento o atributo del que se nos ha dotado por la naturaleza o por Dios, si creemos en él, sino sencillamente el amor que vale por sí mismo pero por nosotros mismos.
Nadie quiere ser amado por lo que da, por lo que ofrece, por lo que representa, por lo que tiene, ni por su estética ni por su ética. Todos queremos ser amados porque sí, por ser simplemente “yo”. Pero cuando esa experiencia se frustra, se malogra o se aborta en pleno proceso de formación entonces nos resulta más viable renunciar a creer en él y afirmar sencillamente que estamos ante una utopía ridícula y soñadora, propia de quienes no conocen la bajeza y la miseria del corazón humano.
Pero es importante saber que no haber hallado, construido, experimentado el amor verdadero no significa que éste no sea una realidad. Hablar de él, pensar en él, anhelarlo, ya es una prueba de su existencia; bien lo decía San Agustín “no existen deseos vanos”, si existe la sed es porque hay algo que la calma, si existe el hambre es porque puede ser saciada y si existe el deseo del amor, éste debe ser una gran verdad.
Tal vez lo que deberíamos ponernos a pensar es si todo aquello a lo que hemos llamado amor puede llevar realmente este nombre. ¿Puede acaso al primer movimiento estomacal (eso que los enamorados llaman “mariposas”) endilgársele tan sublime nombre? ¿Es que a aquel primer impacto sensitivo que “hiere” los afectos y roba la paz del pensamiento por haber visto a alguien que generó en nosotros una poderosa química, y que puede explicarse de manera fisiológica, como cuando un animal es capaz de producir atracción sobre la hembra para poder aparearse con ella, se le puede colocar en el mismo nivel humano y llamarlo amor a primera vista?
El error no ha sido del amor sino el concepto errado que de él nos han vendido algunos músicos y poetas, pero sobre todo aquellos que sólo viven de modo epidérmico toda su vida como si fueran vegetales y simplemente están dispuestos a dar rienda suelta a todo lo que los sentidos les sugiere.
Pero es que los sentidos sólo se satisfacen de momento, ellos tienen capacidad para calmar su apetito de manera fugaz pero no demoran en volverse a despertar para seguir pidiendo de los mismo o nuevas experiencias pues las anteriores sólo le han traído una enorme monotonía.
Es a esto a lo que no se le puede llamar amor. El amor es otra cosa. El amor es la experiencia de quien saber darse no sólo bajo el calor de unas limpias sábanas, ni quien sólo con la ternura que fluye de su piel quiere besar con ternura a aquella persona que le remueve todos los sentidos hasta desquiciárselos.
El amor posee una dinámica que exige un don de sí mismo hacia la otra persona, que no se somete sólo a lo que la piel le dicte, que construye al otro del modo como se construye a sí mismo; es que el amor sabe dar, pero sobre todo darse, sabe morir (no necesariamente perdiendo la vida física) pues entiende que cuando existe la oblación.
(Fuente: aleteia.org)
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