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martes, 6 de octubre de 2015

¿Somos más infieles al final de la vida?


En inglés se llama “bucket list” a la lista de cosas que querríamos hacer antes de morir. La traducción literal sería lista cubo o balde, quizás porque no en balde, al llegar al final de la vida, tratamos de enmendar los errores del pasado y evitar arrepentimientos de última hora.

Pero mientras que el sentido de un final puede extraer lo mejor de las personas, según una investigación reciente, también podría sacar su lado más oscuro. De acuerdo con los resultados, las personas más cerca de terminar una actividad, se vuelven más propensos a engañar deliberadamente a otros para su propio beneficio, ya que anticipan que lamentarán perder la oportunidad de engañar al sistema.

Para demostrar este efecto, científicos de la Universidad de California y la London Business Schoool  realizaron una ingeniosa serie de experimentos. En el primero, reclutaron a un gran número de personas a través de internet para participar en el juego de la moneda. La tarea consistía en lanzar una moneda a un puñado de veces e intentar adivinar de qué caería. Cada vez que la respuesta resultaba correcta, ganaban un pequeño premio en metálico.

En las instrucciones se pidió de modo explícito que no engañaran en los resultados, pero dado que los voluntarios estaban realizando el estudio en privado, no había manera de cogerlos en flagrante delito. 

Al menos individualmente, porque sí era posible detectar el engaño en el conjunto. Si nadie engaña, se espera que el porcentaje de aciertos sea de alrededor del 50%. Puede haber pequeñas desviaciones, pero las estadísticas nos dicen que si hay diferencias de más de tres o cuatro puntos se puede empezar a sospechar. Y los resultados fueron sorprendentes. En las primeras rondas, el porcentaje de aciertos se desvió muy poco de lo esperado. Pero luego se dividió a los voluntarios en dos grupos y se les pidió que  realizarán 7 y 10 lanzamientos. El primer grupo exhibió las estadísticas esperables hasta el sexto lanzamiento. Y, en el último, los resultados se desviaban un 16% de los esperado. Y algo similar ocurrió con el segundo grupo. Esto sugiere que lo que hace que la gente quiera hacer trampa no es el número de oportunidades que ha tenido en el pasado, sino la cantidad de posibilidades que le quedan.

La investigación se complementó con otro experimento en el que se pedía a los participantes que leyeran 7 o diez ensayos y se les pagaba de acuerdo con el tiempo invertido en leer cada trabajo. Lo que no sabían los voluntarios es que existía un temporizador que medía los minutos invertidos en la lectura. El resultado fue similar: al llegar al último trabajo se declaraba un 25% más del tiempo registrado.

Las implicaciones de esta investigación se extienden más allá del laboratorio. Períodos políticos, empleo, años escolares, campos de juegos, todo sucede en un período de tiempo finito. Y no estaría de más pensar que cuando llega el final podemos ser objeto de engaño. O engañarnos nosotros mismos.

(FUENTE: quo.es)

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